VIDA ESPAÑOLA


LAS DOS ESPAÑAS


No voy a hablar, naturalmente, a título de patriota; pero como pudiera parecerlo, allá va una pequeña digresión a tal propósito.

Sustituir una preocupación a otra preocupación, un prejuicio a otro prejuicio, nada resuelve ni nada corrige. La afirmación de la patria, estado de fuerza o de derecho, nada o poco tiene que ver con la afirmación de la patria, estado afectivo. Se pueden sentir hondamente las cosas de la tierra y ser tan cosmopolita como se quiera. Para negar las patrias, expresión de antagonismos irreductibles, no es menester que demos de bruces en el exclusivismo que halla bueno, excelente, todo lo distante; y malo, más bien pésimo, todo lo próximo, por la sola razón de referirse a la patria propia. Es esta manera de ser patriota al revés, es decir, patriota de las otras patrias. Para tratar desapasionadamente cualquier asunto que con la idea o la realidad de la patria se refiera, hay que estar curado de esos dos prejuicios, igualmente dañosos.

¿Puede, en ese supuesto, hablar un anarquista de cualquier país, así haya nacido en él, y examinar, sin parti pris, las condiciones recomendables o censurables del mismo? Creo que la respuesta no es dudosa.

Parezca lo que parezca, así se me tache de patriotero, amparado en una razón y en un derecho, que tengo por indiscutible, vaya decir, a renglón seguido, lo que pienso de ciertos juicios y de ciertas afirmaciones referentes a España.

Anda por ahí una leyenda que nos pinta como país absolutamente ignorante, degenerado por la tauromaquia y e! flamenquismo, sometido servilmente a la más dura tiranía, atenazado por el atavismo inquisitorial. Aquí, por lo visto, llevan todavía las mujeres la navaja en la liga, perdura el derecho de pernada, subsisten los señores feudales y la sopa de convento, se mata el hambre arañando rabiosamente las cuerdas de la guitarra, y entre cañas y toros, y juergas y rezos, el pueblo español está embrutecido ogaño como antaño. Los demás países de Europa y América nos miran como a bichos raros y nosotros mismos parecemos complacidos de que se nos tenga por anacrónicos.

Dije leyenda y no rectifico. Porque España, a la hora presente, guarda sin duda reminiscencias del tiempo viejo (¿cómo negarlo?); conserva acaso demasiados restos del dominio inquisitorial y del despotismo político; anda sin pulso, en crisis innegable de transición; persiste en su idiosincrasia singular, en costumbres y hábitos que tal vez arraiguen en el carácter y en el temperamento; pero la España actual tiene también otras condiciones que la alejan, definitivamente del tiempo pasado. Desconocerlas, vale tanto como negar la evidencia y empeñarse en galvanizar un cadáver. Esto pretenden, sin duda, los que desde fuera o desde dentro gritan, pintan y exageran cosas que fueron y callan cosas que son.

Cierto que el mundo oficial, religioso y capitalista se nutre en la historia de tiranías y crueldades bárbaras, cierto que nuestro llamado progreso político es mera apariencia, máscara el constitucionalismo, farsa el parlamento; cierto que no hay respeto ni garantía para la independencia y el derecho personal, que gobierna el capricho y la nulidad, que reviven a ratos castigos infamantes, torturas y suplicios, y que, por poco más de nada, se persigue y se encarcela a todo el que disiente del cómodo pensar de los que mandan. Pero, ¿dónde, cómo y cuándo se vive fuera de los atavismos políticos y religiosos? ¿Qué país ha roto con su pasado de sangre y de negrura? ¿Dónde está el Edén en que no sea farsa el parlamento y máscara la constitución? ¿Cuál es la tierra de promisión de las leyes inflexibles, iguales para todos, donde no gobiernan los granujas, los prevaricadores y los concupiscentes?

La República francesa tiene a su cuenta las leyes de excepción contra los anarquistas, la cuestión Dreyfus, los fusilamientos de huelguistas, los procesos escandalosos en que se pretendió englobar a escritores revolucionarios con delincuentes comunes. Las asechanzas policiacas contra nuestros amigos, no han tenido hasta ahora semejanza en parte alguna. Se los asediaba hasta arrojarlos de los talleres y de las viviendas, acorralándoles solapadamente. El Congreso socialista revolucionario convocado cuando la Exposición, se habría, seguramente, reunido en España, y no pudo reunirse en París porque lo prohibió aquel gobierno republicano. El lema Libertad, Igualdad, Fraternidad se ostenta en todas partes fanfarronamente y es allí, como en cualquier nación, burla grosera con que se insulta al pueblo.

Las leyes de represión del anarquismo son en España copia de las francesas, como los destierros actuales son una pésima traducción del domicilio coatto de Italia. Si aquí tenemos los tormentos de Montjuich, la muy republicana y muy federal América del Norte tiene las horcas de Chicago; su expulsión de anarquistas la muy libre Argentina.

Estos son apuntes a la ligera y muy someros. Puesto a documentar este artículo, no bastaría un volumen para las pruebas mil de que en todas partes cuecen habas. ¿Diremos una perogrullada afirmando que hay otra España que no es rufianesca, que no es despótica, que no es servil, que no es ignara; que hay, en fin, dos Españas, como hay dos Francias, dos Italias, etc.?

Pues sí; hay otra España que no se quiere conocer, de la que por acá mismo no se tienen muchas noticias. Socialmente hay una España opuesta a la chulapería y a los toros, una España que estudia y labora por un mejor estado; que desarrolla y extiende la cultura, fomenta las artes y moraliza las costumbres.

Principalmente en Cataluña, y conste que no es catalán el que habla, la clase obrera y la burguesía modesta podrían y deberían servir de modelo a otros países que nos juzgan mal porque nos desconocen. La afición a la música y al canto son generales. Las diversiones favoritas son los teatros, los conciertos, las conferencias, las excursiones al campo. La moderación en las costumbres es tal, que difícilmente se ve un borracho en las calles. Guardo grata memoria de una de esas excursiones a que fui invitado por algunos amigos. Mi sorpresa fue grande, no obstante los antecedentes que ya tenía, cuando observé que en aquella reunión de veinte o treinta hombres y sus familias, en la que se hizo música, se cantó, se bailó, comió y bebió bien, no hubo ni una sola nota discordante, ni el menor indicio de embriaguez, ni el más pequeño choque, nada que pudiese hacer torcer el gesto al más exigente.

¿Y qué decir del Norte y del Noroeste de España? Bien conocidos y ponderados son los hábitos morigerados, la bondad de trato y de costumbres de aquellas gentes.

Se dirá que Andalucía es atrozmente ignorante y miserable y vive aún en plena Edad Media. ¡Desdichada región que por rica, es pobre; ella da la nota, a un tiempo penosa y risueña de la España clásica! Y sin embargo, el ingenio, la viva imaginación, la riqueza de sentimientos y la alegría del vivir de aquellos escuálidos y depauperados campesinos, para sí las quisieran los misántropos que los denigran. Allí se canta, se baila y se ríe porque la Naturaleza toda -aire, luz, sol- canta, ríe y baila. Cabrillea en los cerebros el fulgor de la vida plena, difundido en el ambiente espléndido, magnifico, insuperable. Cosquillea en los nervios el impulso vigoroso, el hábito fecundante y cálido de la Naturaleza que allí vibra fortísimo como en parte alguna. Y la alegría de vivir salta y brinca en el frou frou de las faldas mujeriles y en el aroma de las flores con que adornan su cabeza, y en los vivos colores de sus pañuelos mantones. Ello no impide ni impedirá que Andalucía progrese, que sus campesinos vayan entrando en los dominios de la cultura general. El obstáculo feroz, obstinado, es la riqueza acumulada, la explotación escandalosa que auxilian autoridades bárbaras. Pero el obstáculo será vencido porque hay una España que lo arrollará, una España sin manolas y chisperos, que estudia, rinde culto al arte y ambiciona la ciencia.

¿Somos, por todo lo dicho, mejores o peores que otros? Ni peores ni mejores; somos como somos y los otros son como son. Y los que quieran conocernos que se den una vuelta por acá y en lugar de colarse de rondón en las plazas de toros y en los degenerados cafés cantantes, donde sólo obtendrán la caricatura de España, que se tomen la molestia de estudiarnos. Y a su vez los que del lado de acá, cargados de bilis, vociferan sus pesimismos, que se den una vuelta por Europa y América, y si no se reducen a visitar museos y bibliotecas, verán que en ninguna parte se atan los perros con longaniza.

Politicamente, la España actual, la otra España, ajena al oficialismo, distinta y opuesta al Estado, contraria a la frailocracia, nuestra mayor calamidad, reñida del todo con la tradición de que la leyenda arranca, es quizá menos conocida que la España social. Esta otra España, es la del federalismo insurgente, del socialismo y del anarquismo activos, una España netamente de ideas progresivas, fautora, no simple recipiente de ideales y aspiraciones generosas. Esta otra España es la de centenares de escuelas neutras clausuradas ahora por la reacción, sin duda para hacernos conocer lo que ni nosotros mismos conocíamos en toda su magnitud; es la de esa gran obra de educación y cultura que revela la existencia de un pueblo capaz de todas las empresas, lleno de energía y de constancia y de firmeza. Al lado de esos centenares de escuelas que se abrirán de nuevo, los mil centros políticos, sociales, de cultura, las asociaciones progresivas, los sindicatos y las cooperativas obreras, ponen bien de manifiesto que en todas las direcciones labora una España nueva por la regeneración total del país, más aun, de todos los países.

El alzamiento de Cataluña entera, más algunas ciudades del resto de España, en julio de 1909, caso no igualado hasta el día, ¿no demuestra con hechos, que la España de la leyenda es una España falsa, amasada con convencionalismos y mentiras negras o rojas?

No obstante los reiterados acuerdos de la Internacional obrera sobre la guerra, nadie hizo, -ni el pueblo francés cuando en Casablanca-, protesta tan vigorosa como la realizada por este pueblo español que no obedece acuerdos, pero sigue valientemente impulsos propios.

Cuidado que no hago comparaciones para establecer supremacías y menos para mortificar. No hago tampoco patriotismos. Constato hechos para fijar ideas y condiciones y me defiendo y defiendo a mis camaradas de lucha, demostrando que estamos donde está todo el mundo progresivo.

Hay, pues, una España que no es la España de Torquemada, como hay una Francia que no es la de la hiena Thiers.

Los tormentos de Montjuich no se repetirán, no se repiten ahora mismo, a causa de la acción constante de esa España nueva, pues digan lo que quieran amigos o adversarios, -aquellos que no pueden vivir sin forjar novelas-, la reacción actual no osa dar la batalla de frente. Reta con las palabras, es cruel e hipócrita en los hechos, pero también cobarde con relación a sus ansias de exterminio contenidas por la amenaza de mayores males que presiente y rehuye.

Lo que ocurre, en realidad de verdad, es que los reaccionarios de acá hinchan el perro revolucionario, con los fines que son de suponer, y los revolucionarios de allá Inflan el perro reaccionario con los mismísimos fines, pero en sentido contrario. Y me dan ganas de gritar: ¡embusteros todos! De esta reacción no blanda ciertamente, ni rastro quedará dentro de unos meses. Se abrirán las escuelas clausuradas, se reanudarán las propagandas, se reorganizarán centros y sindicatos, se creará nueva prensa y acaso, acaso, ni aun presos quedarán en las cárceles. ¿De qué nos serviría, si no, esta indómita independencia y esta testarudez indómita que nos distingue de otros pueblos?

Quedan unos cuantos Torquemadas, pero son a millares los rebeldes. Yo me río cuando veo a gentes graves organizar campañas truculentas alrededor de un simple nombre cuando aquí tenemos algún millar de nombres de encarcelados a su disposición. Yo me río de las notas conminatorias que parecen declarar nuestra impotencia revolucionaria. Y me reiré locamente, por no indignarme, si se repiten las amenazas de algunos de los nuestros en otra campaña reciente, amenazas de apelación a los gobiernos extranjeros formuladas por circunspectos internacionalistas. ¿Es que la libertad, el respeto al ciudadano, las garantías del derecho, la humanidad, la equidad, se dan en los gobiernos, en la magistratura, en el capitalismo y en las iglesias del lado de allá de los Pirineos y de las costas ibéricas?

Bien está la solidaridad internacional, pero que no se nos trueque en compasión y limosna, que no se convierta en mentira que deprime y molesta. La España nueva va donde vayan todos los pueblos renovadores y brinda su solidaridad espontánea a cuantos de ella tengan necesidad, y no sólo acepta, sino que reclama, ahora más que nunca, la solidaridad de cuantos luchan por la emancipación humana.

En las horas de combate huelgan los distingos. Combatamos sin tregua, con la verdad, que es lo que interesa por encima del fárrago de preocupaciones que anidan aún en nosotros mismos, radicales, socialistas y anarquistas de todos los tonos.

Cuanto no sea esto, es pisar los talones a nuestros enemigos, siguiendo su propia ruta de mentiras, de engaños, de iniquidades. Y, ciertamente, para tal viaje no se necesitan alforjas.


(“LA PROTESTA”, Buenos Aires, 23 octubre 1909.)






POR LA CULTURA


Periodistas, literatos y políticos no saben pasarse sin una plataforma de temporada para entretener al respetable público.

Ahora mismo han puesto de moda el tema de la cultura y no pasa día sin que le dediquen largas, latas y enfadosas parrafadas.

En verdad que el asunto es de verdadera importancia para todos. Nosotros se la concedemos sin regateo.

Somos un pueblo rezagado, casi dormido, que apenas se conmueve por nada. El desarrollo intelectual es poco más que nulo y la voluntad no suele resolverse a la acción por impulsos reflexivos, movida a veces solamente por los pasionales. El pensamiento no sirve aquí sino para formar Châteaux en Espagne, que dicen nuestros vecinos los franceses. Y en esto nos quedamos.

¿Quién duda de la imprescindible necesidad de cultura en que vivimos? ¿Quién duda de la eficacia de una labor intensamente cultural que sacudiera la pereza de las inteligencias?

Saltar, en tiempo y razón oportunos, del «yo quiero» contemplativo, al «yo hago» fecundo, sería inmediato resultado de aquella indicada labor.

Mas para tan grande obra, carecemos en España de elementos adecuados. Los llamados intelectuales son, en su mayor parte verbalistas y, por añadidura, abúlicos. Los que se atribuyen la misión de dirigirnos, los políticos, son profesionales de la trampa y del escamoteo, hueros de meollo, incapaces de grandeza, raquíticos de alma y de corazón.

Así, toda la obra presente de cultura se resuelve en una enorme mentira convencional. Nadie lo ignora, pero casi todo el mundo lo calla: los centros de enseñanza privada u oficial, son templos de castración y de atrofia; los programas, tupida malla de enredijos de pretendida ciencia; los años de estudio y los métodos de enseñanza, eterno y sostenido aprendizaje de masturbación intelectual. Título académico es frecuente equivalencia de imbecilidad incurable.

Sobre ese carril resbaladizo, continuamos deslizándonos felices. Se han instituido enseñanzas nuevas, nuevos centros de instrucción popular con pretensiones de sano practicismo, de viable reforma, y los nuevos centros no son sino triste remedo de los antiguos.

El mismo profesorado carece, en general, de condiciones, cuando no de bastantes conocimientos para la enseñanza. ¿Y cómo no, si es el fruto maduro de la rutina, de la castración y de la atrofia?

Persisten los mismos factores, los mismos medios, los mismos procedimientos, hasta los mismos cachivaches y las mismas corruptelas del tiempo viejo.

Fuera de los pretendidos templos de la sabiduría oficial, ¡qué pobreza, qué lastimosa pobreza de acción! En lucha a brazo partido con la penuria, la enseñanza privada ha de limitarse a copiar servilmente la enseñanza oficial, cuando no la empeora y agrava. Toda la idealidad se reduce a la conquista del garbanzo. Verdad que el profesorado sería heroico, si no fuera esclavo, siervo y paria de la miseria.

Y ya no queda más que la obra de los escritores bregando un día y otro por la anhelada regeneración y la obra legislativa de los gobernantes.

Con permiso de unos y otros, diremos lisa y llanamente que lo que se necesita no son artículos, discursos y leyes, sIno hechos, hechos y hechos.

Porque hemos llegado a un punto en que el mal sólo tiene remedio revolucionariamente. Mientras se opere sobre los viejos organismos y sobre los viejos preceptos, toda labor será infecunda.

Que no se espanten los meticulosos del eufemismo, los pisaverdes de la elegancia y los circunspectos de senil seriedad de asno. Hay que decir muy alto lo que todo el mundo dice por lo bajo.

Y es a saber: que si se quiere una verdadera campaña de cultura general, es necesario que se empiece por destruir, por aniquilar todo el vetusto edificio de la enseñanza, por suprimir los aparatos repetidores que se llaman catedráticos y maestros de antonomasia; por quemar, así como suena, los malditos textos sólo atentos a los fines especulativos y no a los científicos; por arrinconar para siempre enredosos programas y encasillamientos de tiempo y facultades; y hasta, en fin, por derribar los antihigiénicos y apestantes caserones donde se fabrica la estulticia y la idiotez patentadas.

A compás de esta primera obra de saneamiento, habría que dar el golpe de gracia al privilegio que reserva a los ricos y a los semirricos el monopolio de los conocimientos, con lo que al propio tiempo se redimía materialmente la enseñanza, se la emancipaba espiritualmente. La avalancha de las multitudes ansiosas de saber, sería campo abonado para la experimentación de aquellos que supieran y quisieran emprender la obra de la enseñanza integral.

Entonces, y sólo entonces, con profesores de verdad, y de verdad libres; con absoluta independencia para la elección de libros; con métodos nuevos adoptados a la naturaleza de cada enseñanza y a la variedad de las actitudes; con edificios, patios y campos higiénicos y confortables; con todos los elementos necesarios a un indispensable practicismo y a la eficacia de precisas demostraciones para no producir loros ilustrados, podremos dar por comenzada esa gran empresa de cultura que tantos proclaman y tan pocos quieren.

Entretanto hay una labor preparatoria que tampoco se hace, aunque mucho sobre ella se declama. Y esta labor consiste en que los que saben y pueden salgan de su torre de marfil, dejándose de estériles predicaciones a la luna, y vayan derechamente a ofrecer al pueblo el tributo de sus conocimientos, no sólo con palabras y razones, sino también con hechos que las verifiquen.

Aldeas, villas y ciudades esperan ansiosas la buena nueva y allá no llegan sino necias peroratas, y mazacotes de insulsa prosa, vacías ambas de contenido científico y hasta de contenido artístico.

Y si se nos dijere que aún para esta preparatoria empresa de cultura se necesitan recursos y medios de que se carece, contestaremos sencillamente que así como los hay para mantener con boato un culto y un clero que maldita la falta que nos hace; así como los hay abundantes para sostener en pie de guerra una multitud de jóvenes que estarían mejor estudiando y trabajando, así como no se escatiman para el mantenimiento de cien instituciones de holganza; así y más que así debe haberlos para enseñar, para ilustrar, para emancipar las inteligencias del automatismo enfermo en que nos estamos agotando.

Porque a todo evento queda patente la razón, la razón poderosa de los que afirman -y nosotros con ellos- que esa obra de cultura ni aun revolucionariamente se llevará a cabo si no se hace previamente esa otra revolución que quiere ante todo llenar los estómagos, abrigar las carnes y fortalecer los cuerpos.


(“ACCION LIBERTARIA”. núm. 3. Gijón. 2 diciembre 1910.)






PARA LA BURGUESÍA ESPAÑOLA
CONSEJO DE ADVERSARIO


Unos cuantos afamados periodistas no cesan de batir el parche clamando por el resurgimiento de España. Las principales empresas periodísticas y talentudos corresponsales que cumplen su patriótica misión señalándonos el florido camino por donde los grandes pueblos van hacia la fortuna y hacia la dicha. Secundan esta maravillosa obra de cultura los dioses menores de tierra adentro que gozan en las redacciones de nuestros rotativos -y no más allá de sus paredes, tal vez mugrientas- de justo y muy merecido renombre. La envidia nos come. Con el celo de la sangre africana, que dicen que tenemos, andamos presurosos en corresponder a los nobles esfuerzos de nuestros más preclaros intelectuales. España renace.

¿Renace? Todavía los clásicos tenderos de ultramarinos andan remisos en vender algo más que ochavos de pimentón y cuartos de azúcar. Todavía los respetables «todo lo vendo» de los pequeños bazares oscuros y tétricos repletos de cachivaches y de trapos de toda especie, apenas si osan salir de la penumbra sórdida en que nacieron y en que morirán. Todavía los asombrados industriales de su gran industria yacen en admirativa contemplación de sus forjas paupérrimas de sus telares históricos, de sus risibles fábricas. Todavía la ciencia de los graves e inflados técnicos salidos de escuelas y universidades anda repleta de hojarasca, muy pagada de hueros teoricismos de cabalísticas fórmulas, de vanas pretensiones. La persistencia en lo mediocre y en lo superfluo corre pareja con la repugnancia a lo grande y necesario.

Toda nuestra burguesía, desde el más humilde mercader hasta el más poderoso banquero, desde el último aprendiz de ciencias hasta el más docto de los titulados por los centros oficiales; toda nuestra burguesía continúa impertérrita en su apego a la rutina de los jornales de hambre, del trabajo extensivo, sin cuenta ni medida de tiempo; continúa la tradición de intransigencia y de odio a las ideas, de persecución al hombre independiente; continúa adscrita a todas las ranciedades que le impiden asomarse al horizonte de las cosas modernas, buenas o malas, que de todo hay, pero precursoras de una vida nueva que se viene a todo correr de los andares revolucionarios. Toda nuestra burguesía es incapaz de rehabilitación si no sacude antes la roña medieval que la carcome.

El renacer de España podría venir tan pronto como su majestad el capital se diera a partido reconociendo que con salarios de una, dos y tres pesetas no puede haber obreros hábiles, obreros fuertes, obreros inteligentes; que con jornadas de diez, doce y más horas no puede haber producción esmerada, regular y remuneradora; que con ganancias de avaro no puede haber espléndidos compradores; que con rutinas de práctica ramplona no puede haber adelantos industriales; que con petulancias librescas no puede haber aciertos técnicos, ni perfeccionamientos ni invenciones. El renacer de España podría iniciarse el día en que, en lugar de ochavos, se vendieran pesetas de pimentón y de azúcar; en que, en vez de sucios y oscuros baratillos, se establecieran anchurosos, ventilados y bien limpios almacenes; en que, a los pretenciosos talleres, sucedieran bien montadas y bien dotadas fábricas; en que, a la ramplonería práctica y a la cursilería teórica, se acometiese de verdad el estudio atento y el ensayo consciente de todos los problemas de la técnica industrial. El renacer de España podría comenzar el día mismo en que las clases medias dejaran de espantarse ridículamente de las agitaciones obreras; dejaran de asustarse a la sola presencia de quienquiera que se diga revolucionario, socialista, sindicalista o anarquista; dejaran de vivir en la santa ignorancia de todo lo que es ideología y pasión y amor abnegado por las cosas que afectan a todos los hombres, cualquiera que sea su raza, su color o su condición.

¡Qué inútilmente agitan algunos el problema de la cultura! ¡Qué neciamente repiten el estribillo de la europeización!

Nuestro consejo, consejo de adversario, de enemigo si se quiere, va por otros senderos. Para dejar de ser un pueblo de pordioseros y de ignorantes, -más pordioseros, al menos, y más ignorantes que otros pueblos- bastará que la burguesía abra su bolsa y sacuda su pereza mental. Que pague buenos salarios a los obreros, que remunere dignamente a sus empleados y a sus mismos directores, que no exija del que trabaja mayor esfuerzo que el que exigiría a sus máquinas. Tiempo y dinero, dinero y tiempo, y habrá cultura, alguna cultura, y menos hambre y menos fatiga. El trabajo será más inteligente, la producción más remuneradora. Las transacciones comerciales serán más amplias y de mayor importancia. También las exigencias serán mayores, y también las agitaciones más hondas y pavorosas. Habrá más revolucionarios, más socialistas, más sindicalistas, más anarquistas.

¿No queréis la rehabilitación del país? Pues no lo dudéis: no hay otro camino. Los dos términos se implican. A mayor industria, a mayor comercio, a mayor ciencia y a mayor riqueza, corresponden más tremendas inquietudes, más graves problemas, más enconadas luchas. En la elevación de todas las cosas, todas las cosas se agrandan. La escaramuza se convierte en batalla, la batalla en epopeya.
Del enemigo el consejo; seguidlo. El día en que sepáis ser ricos y poderosos, que no lo sabéis; el día en que seáis capaces de las grandes combinaciones financieras, que no lo sois; el día en que tengáis arrestos para las colosales empresas industriales, que no los tenéis; el día en que poseáis la ciencia de que carecéis; y también el día en que no os espanten la anarquía y la revolución, ese día estaréis rehabilitados y estará rehabilitada la patria de vuestros amores. Se habrán, entonces, colmado vuestros anhelos de grandeza. Seréis grandes.

En la ascensión hacia esa grandeza, tendréis que arrastrar el bagaje del proletariado. Sin él no daréis un solo paso. Y para arrastrarlo, tendréis que desprenderos de la ganancia avara, del interés usuario, sacrificando, en su honor, dinero y tiempo.

El proletariado corresponderá, no lo dudéis, a vuestra nobleza. Aprenderá a vivir, y querrá vivir más, aprenderá a gozar, y querrá gozar más; se hará más exigente, más revoltoso, más anarquista. Aquí de vuestro fuste de luchadores a lo grande. Ahora sois pobres, mezquinos, despreciables. Después podremos dispensaros el honor de consideraros alguna cosa.

Bien vale la pena de vivir algo, de ser algo, de luchar por algo. En la derrota del mundo viejo, todavía podéis, caer airosamente. Seguid del enemigo el consejo, si no queréis perecer como cochinos.


(“EL LIBERTARIO”, núm. 3. Gijón, 9 noviembre 1912.)






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